Así se inició esta obra, analizando la copiosa bibliografía que había consultado y anotado en interminables investigaciones que comenzaban antes de la aurora y se prolongaron por muchos lustros. Llevado por la cronología del Libertador fue cobrando cuerpo el proyecto de Catálogo, distribuido en capítulos dedicados a los temas donde una pella de barro o un juicio torcido pretendían poner sombras innobles al personaje de sus desvelos. Ya formado el plan, Lecuna ocurrió a su prodigiosa memoria y a las notas que ilustraban las márgenes de sus libros o las páginas de guarda de los tomos de su especializadisima biblioteca, donde recogió en índice personal los puntos de controversia que la lectura le suscitaba. El Catálogo había comenzado ya su vida: llena ya cinco gruesas carpetas, y en cada una, los capítulos seguirán sintiendo la mano amorosa que buscará en la corrección la palabra adecuada, la frase expresiva, y la dialéctica de la exposición convincente. Va engrosándose el resultado de un esfuerzo que sufre la infatigable lima de un autor deseoso de producir lo más acabada posible la que presiente como última empresa. Sólo se interrumpe la labor cuando lo abate una crisis de su enfermedad, pero apenas recobra un aliento vuelve a la obra con el mismo nervio y tesón.
No llega a darle la mano definitiva. Para dolor de la historiografía venezolana, el doctor Lecuna fallece antes de dar remate final al Catálogo de errores y calumnias en la historia de Bolívar, que a pesar de ser inconcluso es un perfecto índice de la maestría y la sabiduría que llegó a poseer en el tema predilecto. Una clara demostración de su dominio en el campo histórico americano.